La mayor parte de las empresas nacen de una idea de un o una dueño/a-fundador/a. Convierte esa idea y su pasión en un pequeño emprendimiento que a la vez se convierte en una PyME.
Esta situación habitual genera un estilo de liderazgo donde la empresa depende de una sola persona que puede decidir, disponer, crear y destruir a su antojo.
Pasa el tiempo, la empresa se desarrolla y la familia crece.
La PyME ha evolucionado y el dueño-fundador está mas cansado. Los hijos y las hijas comienzan a formarse profesionalmente y alguno o algunos de ellos deciden involucrarse en esta empresa, confirmando su destino de EMPRESA FAMILIAR.
Comienza una nueva etapa de liderazgo y toma de decisiones: los hijos opinan, influyen en las decisiones pero el dueño-fundador todavía tiene gran influencia. Permite hacer, pero tampoco suelta las riendas. Mantiene la propiedad de la última palabra.
Pasa el tiempo, la empresa se desarrolla y la familia crece.
La compañía ha progresado y puede sostener a varias familias que integran esta empresa familiar. Ahora se integran los nietos y nietas del dueño-fundador: la tercera generación desea participar del negocio.
Cada primo integra una rama distinta de la empresa familiar y están más alejados del núcleo familiar inicial. Esta "distancia genealógica" se refleja en los distintos valores de cada nuevo integrante.
Y así, el pequeño emprendimiento de una persona pasó a ser una sociedad de hermanos y un consorcio de primos.
Y entonces, ¿cómo lidiamos con esto? Cada momento, cada sucesión y cada transición requiere acuerdos. La honestidad y la transparencia permite procesos más exitosos y ordenados. Las empresas familiares pueden contar con asistencia profesional para garantizar la continuidad de la empresa y de la familia a través de Órganos de Gobierno y un Protocolo Familiar, entre otras herramientas. Lo importante es generar espacios de conversación para generar los consensos y sosteniéndose sobre aquellos puntos de acuerdo.